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demos ahora volvernos todos contra él, ¡ahora que está vencido! Y a ti,
Luisa, yo no te perdono... Yo no te perdono..., yo no puedo perdonarte
que... (Un silencio.)
LUISA. Lo siento, Jandro.
JANDRO. No te perdonaré nunca.
LUISA. Tendría que contarte algo más de tu padre, y puede que llegaras a
comprenderme; puede que llegaras a ver qué clase de hombre era vues-
tro padre.
JANDRO. ¿Qué vas a contar?
LUISA. No. Es demasiado sucio, y si Juan se enterara, sufriría mucho. Pre-
fiero que él tampoco me perdone, antes que contárselo.
JANDRO. ¿Qué es?
LUISA. Nada.
JANDRO. Vamos, dilo. Ahora tienes que hablar.
LUISA. ¿De verdad quieres saberlo?
JANDRO. Sí.
LUISA. Da risa. Es una cosa que da risa.
JANDRO. Habla.
LUISA. Tu padre, Jandro, me hacía el amor... ¿No te diviertes pensándolo?
LA MORDAZA 221
JANDRO. ¡Eso es mentira! Ahora todo cae sobre él. Ahora que no puede
defenderse.
LUISA. ¡Eso es verdad! ¡Te digo que es verdad, Jandro! (Suena ruido en la
puerta. Ha llegado JUAN. Se queda en la puerta, como sin atreverse
a pasar.) ¡Juan! (JUAN no responde.) ¡Juan! ¿Qué ha ocurrido?
JUAN. Esto se ha terminado. ¿Lo oís? Esto se ha terminado para siempre.
Ya no puede ocurrir nada. Podemos estar tranquilos. Ya ha pasado todo.
LUISA. ¿Qué quieres decir?
JUAN. No quisiera deciros nada hoy. No quisiera haber venido. Me gustaría
haberme muerto en el camino. Todo antes que venir esta noche aquí.
TEO. Habla de una vez, Juan. Ya está bien. ¿Ha ocurrido algo?
JUAN. ¿Por qué queréis saberlo? Si deberíais negaros a oírme. Si deberíais
taparos los oídos. Estáis ahí todos, escuchando, y hoy no podéis oír más
que una desgracia terrible.
LUISA. Pero ¿qué te pasa, Juan? ¿Qué es lo que te pasa?
JUAN. Han matado a padre. Lo han matado. A mí no me pasa nada. Han
matado a padre. (Un silencio.)
TEO. ¿Que lo han matado?
JUAN. Sí.
TEO. ¿Cómo ha sido? ¿Qué ha ocurrido para que lo mataran?
JUAN. Lo han acribillado a balazos en el patio de la prisión. Me llamaban
para comunicarme la noticia. Ha sido espantoso oírlo. (LUISA se ha le-
vantado.)
LUISA. ¿Qué lo han matado? ¿Cómo ha sido?
JUAN. (Se pasa una mano por los ojos.) Trató de escapar. Daba gritos por
las noches en la celda. No podía estar encerrado allí. Me han dicho que
daba miedo escucharle. Se escapó y empezó a dar gritos como un loco.
Se pusieron a disparar contra él. Ya le habían alcanzado y aún seguía
corriendo. Le dispararon más y cayó al suelo. Todavía se levantó. Le
costó trabajo morir. Volvió a caer y aún hubo uno que le siguió disparan-
do. Lo destrozaron. Éste ha sido el fin de nuestro padre. (Un tremendo
silencio. Todos han quedado inmóviles. JANDRO se echa a llorar.)
TEO. (Lo coge de los hombros y lo levanta.) Cállate, Jandro. No llores.
Eso es lo que quisiera él.
JANDRO. (Aterrado.) Déjame. Déjame. Me das miedo.
222 ALFONSO SASTRE
TEO. Pero ¿no os dais cuenta? Ésta ha sido su venganza. ¿No os acordáis
de lo que dijo? «Si alguno llegara a hablar, se arrepentiría. Los demás no
podrían perdonárselo nunca. Ninguno de vosotros podría ser ya feliz.»
¿No os acordáis? ¡Y se ha vengado! No es que quisiera escapar. Sabía
de sobra que no podría escaparse. Tampoco es que saliera corriendo
porque se hubiera vuelto loco. No. Lo hizo para vengarse. Salió corrien-
do para que dispararan y lo mataran allí mismo; para dejarnos ese re-
cuerdo; para que nos horrorizáramos, y tú Juan, te pusieras tan pálido
como estás ahora. Para que Jandro se echara a llorar con ese descon-
suelo. Para eso se dejó matar.
JUAN. (Con voz atemorizada.) ¿De verdad tú crees... todo eso?
TEO. Sí. Y hay que defenderse. Hay que olvidarse de él y de su muerte.
Hay que vivir, vivir, por encima de todo...
JUAN. (Con una voz lenta, grave y sombría.) Es que entonces..., si fuera
así..., si todo fuera como tú dices, si padre se hubiera matado para ven-
garse, todo sería más sencillo. No habría que sufrir. Nos defenderíamos.
Responderíamos a su venganza olvidándolo, trabajando, siendo felices.
Pero ¿cómo lo sabemos? ¿Y si no ha sido así? ¿Y si ha muerto sufriendo
por nosotros, desesperado y triste de ver que sus hijos no han llorado por
él y han llegado a entregarlo a la Policía? ¿Quién sabe lo que ha pensado
en el último momento? Tendremos siempre, toda la vida, que pensar en
esto, y nunca sabremos nada, y nunca conseguiremos ser felices. (Se
levanta. Va a la ventana. Respira profundamente.) Y, sin embargo...,
a pesar de todo..., esta noche, ¡qué paz..., qué paz tan grande! No llora-
mos, a fin de cuentas. Estamos tranquilos. Puede que nos cueste trabajo
confesarlo, pero nos encontramos bien. Hace buen tiempo. Parece que
se prepara un buen año. Si todo sigue así, el pueblo volverá a resurgir, a
pesar de todas las calamidades. Habrá fiestas como antes. Las gentes
estarán contentas en toda la comarca y nosotros estaremos con ellos, y
nos alegraremos con ellos. Creo que podemos mirar tranquilos al porve-
nir. Las cosas van bien, gracias a Dios. No hay motivos para quejarse.
¿Verdad que no hay motivos? ¿Verdad? (Nadie le contesta. Mira a su
alrededor, desolado. Se fija en su madre.) Madre, estoy muy triste.
Estoy muy triste. Me parece que yo también voy a llorar.
ANTONIA. No. No hay que llorar. Hay que tener piedad de él, pero no hay
que llorar. Alguien tiene que rezar por su alma... Pero sin llorar. Dejadme
LA MORDAZA 223
a mí para eso en la casa... No os importe dejarme sola rezando. Si ya no
sirvo para otra cosa, hijos... No os apenéis si me encontráis callada y
como triste en un rinconcito de la casa... Tengo esperanzas de salvarlo,
de sacarlo de allí... La pobre vieja aún tiene algo que hacer... Dejadla...
«La vieja está rezando», podéis decir tranquilamente cuando alguien os
pregunte por mí al volver del trabajo. ¡Al volver del trabajo, hijos míos!
Porque vais a volver... y volveréis a mirar al cielo con inquietud porque
no llueve... y a comentar el precio de las cosas..., y a decir que todo está
muy difícil... y a reuniros por la noche, durante el invierno, junto a la
chimenea..., como si la vida hubiera empezado hoy, hijos míos, y todo lo
demás hubiera sido un triste sueño... Hay que seguir viviendo... Es lo
último que os pide vuestra madre antes de que ya no podías contar con
ella para nada..., antes de que empiece a rezar. (Queda postrada, como
rezando. Un silencio. TEO se acerca a JUAN.)
TEO. Ya estás más tranquilo, ¿verdad? ¿Te encuentras bien?
JUAN. Sí.
TEO. ¿Y tú, Jandro?
JANDRO. (Con un leve estremecimiento.) Hace un poco de frío, pero no me
encuentro mal del todo. (Un silencio.)
TEO. Este otoño no ha hecho todavía mucho frío.
LUISA. (Con una voz humilde y triste.) Otros años, por este tiempo, ya
hacía más frío, ¿verdad?
JUAN. (Asiente, soñador, sin mirarla.) Oh, sí... Otros años, por este tiem-
po... Otros años, por este tiempo, recuerdo que... (El telón se ha ido
bajando lentamente.)
(Fin del drama.)
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