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    apuntó hacia las races de la planta: un tallo repulsivamente flexible y ms grueso que su propio
    muslo. Mientras los largos zarcillos se arqueaban hacia l con un murmullo de hojas, Conan blandió la
    espada y de un solo tajo cortó el tallo. Al instante, el infeliz se vio violentamente lanzado hacia un
    lado, mientras la gran parra se agitaba y enmara aba como una serpiente a la que se hubiera cortado la
    cabeza, rodando hasta convertirse en una bola informe. Los zarcillos se debatan y re-torcan con
    violencia, las hojas vibraban y repiqueteaban como casta uelas, y los ptalos se abran y cerraban
    convulsivamente; finalmente, las ramas se extendieron flccidas y los vividos co-lores
    empalidecieron y se tornaron opacos, mientras un lquido blanco y maloliente rezumaba del tallo
    cercenado.
    Conan contemplaba fascinado el espectculo, cuando de pronto un ruido a sus espaldas lo hizo
    volverse en redondo con la espada en alto. El hombre recin liberado se hallaba en pie, observndolo.
    Conan lo miró estupefacto. Sus ojos no pare-can ya meras cuencas vacas y sin expresión en un rostro
    ago-tado. Oscuros y meditabundos, resplandecan de vida e inteli-gencia, y la expresión de
    imbecilidad haba desaparecido de su cara como si de una mscara se tratara. Tena la cabeza es-trecha
    y bien formada, y la frente alta majestuosa. El porte del hombre era aristocrtico, lo que se haca
    evidente tanto en su figura espigada y esbelta como en sus manos y pies de reduci-do tama o. Las
    primeras palabras que dijo fueron raras y sor-prendentes.
    -En qu a o estamos? -preguntó, hablando en kothio.
    -Hoy es el dcimo da del mes Yuluk, del a o de la Gacela
    -respondió Conan.
    -Yagkoolan Ishtar! -musitó el extranjero-. Diez a os! -Se pasó la mano por la frente y sacudió la
    cabeza, como para librar su cerebro de telara as-. Todava lo veo todo confuso. Tras un vaco de diez
    a os, no se puede esperar que la mente comience a funcionar de inmediato con claridad. Quin eres?
    -Conan, en un tiempo de Cimmeria y hoy rey de Aquilonia. Los ojos del otro denotaron sorpresa.
    -Hablas en serio? Y Numedides?
    -Lo estrangul en su propio trono la noche en que tom la ciudad real -replicó Conan.
    Una cierta ingenuidad en la respuesta del rey hizo que los la-bios del extra o se crisparan.
    -Perdón, Majestad. Tendra que haberte agradecido el servi-cio que me has prestado. Soy como un
    hombre que despierta de pronto de un sue o ms profundo que la muerte, y lleno de pe-sadillas ms
    terribles que el mismo Infierno; pero s que me li-beraste. Dime, por qu cortaste el tallo de la planta
    Yothga en lugar de arrancarla de raz?
    -Porque aprend hace tiempo a evitar el contacto de mi car-ne con aquello que mis sentidos no
    comprendieran -contestó el cimmerio.
    -Has hecho bien -a adió el extranjero-. Si hubieras conse-guido arrancarla, habras encontrado
    aferradas a sus races cosas que ni siquiera tu espada hubiera logrado vencer. Las races de Yothga
    brotan del mismsimo Infierno.
    -Pero quin eres t? -preguntó Conan.
    -La gente me llamaba Pelias.
    -Cómo! -gritó el rey-. Pelias el brujo, el rival de Tsotha-lanti, que desapareció de la tierra hace diez
    a os?
    -No exactamente de la tierra -replicó Pelias con irónica son-risa-. Tsotha prefirió mantenerme vivo,
    con grilletes ms segu-ros que el hierro herrumbroso. Me encerró aqu junto con esta planta diabólica,
    cuyas semillas viajaron por el negro cosmos de Yag el Maldito para no encontrar ms terreno frtil que
    la co-rrupción infestada de gusanos de los suelos del Infierno.
    No lograba recordar mi magia ni las palabras y smbolos de mi poder, pues esa maldita cosa me
    abrazaba y sorba mi espri-tu con sus repugnantes caricias. Succionaba el contenido de mi mente da y
    noche, dejando mi cerebro tan vaco como una ja-rra de vino rota. Diez a os! Que Ishtar nos ampare!
    Conan no supo qu responder y siguió aferrando el tocón de la antorcha, con la espada baja. Era
    evidente que el hombre es-taba loco, y sin embargo no haba rastros de locura en los ex-tra os ojos
    oscuros que se posaban tan sosegadamente sobre l.
    -Dime, est el brujo negro en Khorshemish? Pero no, no necesitas responder. Mis poderes comienzan
    a despertar de su letargo y percibo en tu mente una gran batalla y un rey atrapa-do a traición. Y veo a
    Tsotha-lanti cabalgando sin descanso ha-cia el Tibor con Strabonus y el rey de Ofir. Mejor. Mis artes
    es-tn recin despiertas, demasiado frgiles todava para enfrentar-se tan pronto a Tsotha. Necesito
    tiempo para recobrar fuerzas y volver a emplear mis poderes. Salgamos de este infierno.
    Conan hizo sonar su manojo de llaves con desaliento.
    -La reja de la puerta exterior est cerrada con un cerrojo que sólo puede ser accionado desde fuera.
    Sabes si hay alguna otra salida en estos tneles?
    -Sólo una que ninguno de los dos osaramos usar, al ver que conduce hacia abajo y no hacia arriba -dijo
    Pelias, riendo-. Pero no importa. Vayamos a ver esa reja.
    Se dirigió hacia la galera con los pasos inseguros de quien no ha utilizado las piernas durante mucho
    tiempo, pero poco apoco sus extremidades fueron recobrando firmeza. Caminando tras l, Conan dijo
    inquieto:
    -Hay una maldita y gigantesca serpiente arrastrndose por este tnel. Andmonos con cuidado, no sea
    que nos metamos en su mismsima boca.
    -La recuerdo muy bien -respondió Pelias con tristeza-, so-bre todo teniendo en cuenta que fui obligado
    a contemplar cómo engulla a diez de mis acólitos, que le fueron servidos como fes-tn. Es Satha, la [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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