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historias pasadas y de proyectos de futuro para las dos. Carmen no le terminó de perdonar
que le impidiese abandonar su casa y recuperar una libertad que sólo probaba estando
juntas, o cuando salían por la noche con sus amigas a sus bares preferidos. Se acostumbró a
vestir pantalones vaqueros y camisas amplias, se habituó a dejar dormidos a los niños antes
de salir de casa, se amoldó a verse con Andrea sólo dos tardes a la semana y otras dos
noches, los viernes y los sábados, y a dormir en la misma casa que Joan, su marido, hasta
que encontrase un sitio para vivir, lo que les repetía a él y a ella con insistencia.
Joan había aceptado el hecho inevitable de la separación, aunque había convencido a
Carmen de que lo mejor, por los niños, era esperar a que se fueran de vacaciones; a la vuelta
comenzarían un nuevo curso y una nueva vida con sus padres separados. Así se acordó. Y
Carmen se acostumbró a todo, menos a quererla tanto como Andrea la quiso, pero tampoco
le importaba: Andrea deseaba que fuera feliz a su lado y le proporcionaba todo lo que pedía:
le prestaba la casa para sus aventuras con Laura y le presentaba a sus amigas de otros
tiempos por si alguna le gustaba y quería conquistarla. Carmen descubrió tarde el sexo, pero
recuperó el tiempo perdido con intensidad, hizo suyos los rincones oscuros de los locales de
ambiente y, muchas noches, Andrea esperó horas en el portal a que acabase de gozar
cuando encontraba alguien que estremecía sus entrañas. Junio fue el tiempo de vacaciones
de Andrea, y también el del despertar de Carmen, cuando descubrió un mundo de libertad
en el que Andrea no estaba y obtuvo en él carta de naturaleza, se nacionalizó promiscua.
En los entreactos le aseguró que seguía queriéndola como siempre. "Pero, ¿cómo no
voy a quererte si contigo he aprendido a disfrutar?", decía; pero Andrea sabía que Carmen
gozaba sólo por lo que recibía, que tal vez la quería pero no la amaba, Andrea era su rutina
como Montse era la rutina de Laura. Y no obstante repetía que si no estuviese bien a su lado
se habría ido, y parecía sincera. Carmen a veces la notaba quejumbrosa sin Andrea quererlo,
apesadumbrada sin estarlo, triste porque se detenía a mirarla sin hablar y pasaba mucho
tiempo con los ojos posados en su perfil hermoso, lejano. Andrea aseguraba que no se sentía
desgraciada, pero Carmen no lo creía e insistía en que no había motivo para quejarse,
repetía que no sentía nada por las otras, que sólo las utilizaba para el placer, la quería a ella,
a nadie más. Y añadía que con ella había amor y con las demás sexo, que era un juego, pero
¿por qué mentía si las dos sabíamos que apenas quedaban rescoldos de amor en su alma
mientras la mía se consumía en llamas que lo incendiaban todo?, se preguntaba entonces
Andrea y se lo repite ahora. Ella cada vez la amaba más y Carmen cada vez estaba más
acostumbrada a Andrea: no era exactamente lo mismo. No, no lo era; y las dos lo sabían.
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Andrea terminó temiendo que sus creencias se hiciesen de roca. Y en junio no se hinchaba el
sol lo suficiente como para derretir sus presentimientos.
En uno de aquellos días empezarían las vacaciones escolares y Carmen tendría que
pensar en salir de Barcelona con los niños. Andrea lo esperaba y se extrañaba de que todavía
no hubiese hecho ninguna referencia a lo que se avecinaba. No se acordaba de cuál era el
calendario escolar, pero creía recordar que a finales de junio se realizaban los exámenes para
los mayores y que los pequeños acababan la segunda o la tercera semana, un viernes, el 13 ó
el 20, seguramente el 20. Se acercaba la fecha y, como ella no decía nada, Andrea se lo
preguntó una tarde: quería estar preparada para una ausencia que se produciría pronto. "El
20 termina el curso", dijo Carmen sin darle importancia, como si después no fuese a ocurrir
nada. Andrea le preguntó si acaso no iba a irse con ellos y Carmen contestó que no, que los
niños se irían a un campamento hasta mediados de julio, luego los llevaría a casa de sus
padres, a Córdoba, y después ya se vería, todavía no lo había hablado con Joan. También
dependía de cómo decidieran tramitar su separación.
Laura, de improviso, volvió a encerrarse en los brazos de Montse sin dar
explicaciones, y a Carmen le sorprendió mucho que no quisiese más citas a solas. Era la
primera vez que una mujer la dejaba y Carmen no podía explicárselo. Fue cuando le
preguntó a Andrea por esa cosa tan extraña que era la fidelidad, por el inexplicable
comportamiento de Laura que, "siendo lesbiana, y manteniendo una relación anormal, con
otra mujer, aún así sea fiel". Carmen nunca pudo entenderlo; a veces ponía cara de ingenua
y pretendía que Andrea le confirmase que estaba en lo cierto: que "una relación entre
mujeres era algo circunstancial por definición, algo pasajero, una etapa, un capricho hasta
volver a tener una relación seria, una relación con un hombre, vamos"; a eso se refería. Y al
decirle que no estaba en lo cierto, e intentar explicarle que también era posible, Carmen
sonreía diciendo que bromeaba, que no podía hablar en serio, que "el sexo entre chicas es
fantástico si se trata sólo de disfrutar, pero, para tener un hijo, para salir a cenar con otros
matrimonios y para todo, niña, para todo, a ver de qué sirve una pareja homosexual", dijo.
"Puro snobismo", concluyó, "como esas noticias de que en Holanda o en Hawai los jueces
aceptan matrimonios entre personas del mismo sexo. Puro snobismo", decía, con aire de
desprecio infinito, de desdén. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] - zanotowane.pl
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