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    al igual que Ras había soñado con ser Igziyabher. Pero Tibaso, el jefe, había perdido el dominio de la
    situación. Tibaso no podía pensar en nada que no fuese el dolor causado por la herida de su muslo.
    Bigagi se apartó de la multitud, fue hacia el trono del jefe y cogió su vara, que estaba apoyada en el
    trono. Tibaso intentó incorporarse y un instante después volvió a dejarse caer en el trono, con la cabeza
    colgando a un lado. Bigagi gritó algo, y las dos esposas de Tibaso le ayudaron a levantarse y le
    sostuvieron entre ellas para llevarle con paso tambaleante hacia la Gran Casa. Wuwufa, el viejo que
    hablaba con los espíritus, estuvo hablando con Bigagi durante un rato, y cuando terminó de hablar cayó
    al suelo y empezó a rodar sobre sí mismo.
    Ras esperó un rato, queriendo ver qué rumbo tomaban los acontecimientos antes de marcharse. Quería
    averiguar dónde tenían prisionero a Yusufu, pero daba la impresión de que no iba a conseguirlo. Ahora
    no tenía ni la más mínima oportunidad de entrar en el poblado sin que le vieran. Yusufu no iba a ser
    torturado, porque los wantso tenían algo más urgente de que ocuparse. Bigagi estaría organizando un
    grupo de hombres para que registraran los alrededores de la aldea.
    Ras decidió que lo mejor sería retirarse al otro lado del río y dormir un poco antes de que amaneciera.
    Los wantso podían cansarse de hurgar entre los arbustos de la península, y quizá también en las orillas
    del río, aunque dudaba de que se atrevieran a tanto. Bajó del árbol, cruzó a nado el río y caminó unos
    tres kilómetros hasta llegar a un árbol que le ofreció un nido donde pasar el resto de la noche. Durmió
    mal y se despertó varias veces, una de ellas convencido de que había oído a Janhoy rugiendo en la
    lejanía.
    Al amanecer sacó de la bolsa los papeles que Gubado había descubierto y los levó. Aún estaban algo
    húmedos; la tinta se había corrido y muchas letras estaban borrosas, pero logró distinguir la mayoría de
    las palabras.
    único lugar donde Africa es como era antes del hombre blanco. Y a diferencia de la mayor parte del
    Africa precaucasiana, es un lugar bastante saludable. No hay mosquitos, porque carece de aguas
    estancadas. Incluso el agua del gran pantano se halla en continuo movimiento. Por lo tanto, aquí no hay
    malaria. Tampoco hay moscas tsé tsé, ni bilarziasis, ni viruela, ni enfermedades venéreas. Los resfriados
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    son algo que no existe entre los wantso y los sharrikt. Las principales causas de muerte son las luchas,
    los accidentes, los leopardos devoradores de hombres, las mordeduras de serpiente, los cocodrilos
    (entre los sharrikt) y las infecciones debidas a cortes o heridas. Los ritos de circuncisión de los wantso,
    aparte de volver medio impotentes a los hombres, suelen acabar ocasionando infecciones y la muerte.
    Los wantso son muy conscientes de ello; como ocurre con la gente de todo el mundo, persisten en
    practicar una costumbre aunque ésta vaya en contra de la supervivencia. Sin embargo, la costumbre tiene
    cierto valor de supervivencia, en un sentido más amplio, ya que mantiene la población a un cierto nivel
    (50 ± 5), pese a que los conocimientos que tienen los wantso del control de nacimientos hacen que la
    elevada tasa de mortalidad entre los varones no sea realmente necesaria para mantener el equilibrio de la
    población.
    Podría admitir aquí mismo que aborrezco a los wantso..., y tengo buenas razones para ello, como ya
    irán viendo mis lectores. Son un pueblo depravado y han atraído a Ras dentro de su círculo de
    perversiones. No sé cómo, pero ha acabado encaprichándose de esos «yahoos» repugnantemente
    degradados. Participa en sus malignos juegos sexuales, que no voy a describir aquí para no ofender las
    sensibilidades de mis lectores, que naturalmente no leerán esto hasta después de que yo haya muerto,
    por lo que en realidad no debería importarme, pero considero que la moralidad es algo a mantener tanto
    entre los vivos como entre los muertos y
    La segunda hoja tenía el número 230.
    mis hijos, cerdos ingratos, se parecen a su madre, aquella desgraciada que me abandonó hace mucho
    tiempo. Pero ella era más lista. No intentó conseguir demasiado dinero; sabía lo que le ocurriría si trataba
    de hacerlo.
    Mis hijos han permitido que su codicia venza a su sentido de la conservación. Han intentado quitarme mi
    propio negocio, la gran industria que construí empezando con mil dólares (prestados) y que ahora vale
    treinta millones. ¡Mi negocio, por el que he trabajado como un esclavo, sufriendo privaciones y falta de [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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