• [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

    Los dos obedecieron sin discutir y se desnudaron sin pensar ni un solo momento en el
    pudor. Cuando hubieron acabado de ponerse los pantalones, los guardias los empujaron
    hacia el pasillo.
    Había un guardia yevethano delante de Han abriendo la marcha y otro detrás de él, con
    Barth siguiéndole y el tercer guardia en último lugar. Era una de las geometrías que había
    ensayado  él y Barth atacarían simultáneamente al guardia del centro por arriba y por
    abajo, y después se pondrían espalda contra espalda y acabarían con los otros dos
    guardias , pero
    Han colocó las posibilidades de tener éxito en un platillo de la balanza y sus deseos de
    averiguar adonde los llevaban en el otro y acabó decidiendo esperar.
    Mas los pantalones que le acababan de entregar habían sido confeccionados
    pensando en un cuerpo yevethano, y eso quería decir que la cintura quedaba demasiado
    baja y que las perneras eran un palmo demasiado largas. Barth sólo consiguió dar media
    docena de pasos por el pasillo antes de tropezar con la tela sobrante y caer al suelo.
    Han oyó el ruido detrás de él y sólo dispuso de un instante para reaccionar. Giró sobre
    sus talones mientras tensaba las manos para convertirlas en puños, pero lo único que
    consiguió con ello fue recibir el impacto de un antebrazo yevethano tan duro como la roca
    sobre la garganta. Jadeando y tosiendo, Han cayó hacia atrás. El aterrizaje ya habría sido
    bastante violento incluso si el pie del primer guardia no le hubiera aplastado la cabeza
    contra el suelo.
     Sométete o muere  gruñó el guardia.
    El repentino dolor, y la adrenalina que había llegado con él, fortalecieron el cuerpo de
    Han hasta el extremo de que se sintió dispuesto a luchar con el yevethano que lo
    mantenía inmovilizado. Un instante después oyó el gemido de dolor de Barth.
     No... No lo haga... Ha sido culpa mía, Han... Me caí, nada más... Estos torpes pies
    míos...
    Han tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad, pero acabó consiguiendo
    abrir los puños y extendió las manos en un gesto de rendición.
     De acuerdo, teniente. Por esta vez dejaremos que se salgan con la suya.
    El guardia que había estado alzándose amenazadoramente sobre Han como una
    oscura torre retrocedió. Han se fue levantando, moviéndose despacio y con bastante
    dificultad. Barth estaba haciendo lo mismo a unos cuantos metros pasillo abajo.
     ¿Se encuentra bien?
     Estoy... ¿Qué van a hacer? ¿Adonde nos llevan?
     Todo irá bien  dijo Han, tirando de la cintura de sus pantalones para subírselos un
    poco . Eh, ¿qué le parece esta soberbia muestra del arte de la confección? Los sastres
    yevethanos son unos verdaderos genios, ¿no?
     Basta  gruñó el guardia, volviendo la cabeza hacia la izquierda en un brusco giro .
    El darama espera. Caminad.
    Los prisioneros fueron llevados a una gran sala cuyo techo en forma de cúpula estaba
    adornado con tonos carmesíes. Los guardias les obligaron a sentarse en los extremos de
    un banco muy largo, delante del cual había una plataforma no muy alta con una gran
    ventana detrás. Han tuvo que entrecerrar los ojos para no quedar deslumbrado por la
    claridad, pero agradeció la brisa fresca que entraba en la sala acompañando a la luz.
    Después ocurrió algo que Han no entendió: las muñecas del teniente Barth fueron
    atadas a una barra que se extendía por detrás del banco y que las dejó inmovilizadas por
    debajo de sus caderas, pero Han no fue objeto del mismo tratamiento.
    El virrey Nil Spaar entró en la sala antes de que Han pudiera tratar de entender por qué
    no le habían atado a la barra.
     Darama...  repitió Han en un murmullo casi inaudible.
    Nil Spaar precedía a un séquito de cuatro yevethanos. Uno de ellos traía consigo un
    taburete plegable que colocó delante del banco de los prisioneros. Un segundo yevethano
    transportaba una especie de columna terminada en una esfera plateada, que colocó a un
    metro a la derecha del taburete y un poco por delante de él. Esos dos yevethanos se
    fueron en cuanto se hubieron librado de sus cargas.
    Los dos que quedaban se colocaron detrás de Nil Spaar mientras éste se sentaba en el
    taburete. Han estudió sus rostros y trató de adivinar cuáles eran las cargas invisibles que
    habían traído a la sala. ¿Qué podían ser? ¿Consejeros, matones, meros esbirros? «¿Qué
    aspecto tiene un yevethano cuando está nervioso...., o es que los yevethanos nunca se
    ponen nerviosos?»
     General Solo...  dijo Nil Spaar, ignorando a Barth tanto con la mirada como con las
    palabras . Usted parece ser el único que puede salvar a miles de criaturas de su especie
    de la muerte más vergonzosa. Estoy aquí para darle esa oportunidad.
     No sé de qué me está hablando.
     Cuando fue capturado, usted iba a reunirse con la Quinta Flota para asumir el mando
    de sus fuerzas. Llevaba consigo las órdenes de invasión del territorio yevethano que han
    sido emitidas por la princesa Leía.
    Han aguardó en silencio. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • zambezia2013.opx.pl