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la piedad" (1 Tm 3, 16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión
del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf Rm 5, 20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del
origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su �nico Vencedor (cf Lc 11, 21-22; Jn 16,
11; 1 Jn 3, 8).
I. DONDE ABUNDO EL PECADO, SOBREABUNDO LA GRACIA
La realidad del pecado
386. El pecado est� presente en la historia del hombre: ser�a vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura
realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar
reconocer el v�nculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado
no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque contin�e
pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.
387. La realidad del pecado, y m�s particularmente del pecado de los or�genes, sólo se esclarece a la
luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que �sta nos da de Dios no se puede reconocer
claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo �nicamente como un defecto de
crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura
social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende
que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y
amarse mutuamente.
El pecado original: una verdad esencial de la fe
388. Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando tambi�n la realidad del pecado. Aunque el
Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la
historia de la ca�da narrada en el G�nesis, no pod�a alcanzar el significado �ltimo de esta historia que
sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo (cf Rm 5, 12-21). Es preciso
conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Ad�n como fuente del pecado. El Esp�ritu-
Par�clito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente al
pecado" (Jn 16, 8) revelando al que es su Redentor.
389. La doctrina del pecado original es, por as� decirlo, "el reverso" de la Buena Nueva de que Jes�s es
el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos
gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf 1 Co 2, 16) sabe bien que no se puede
lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la ca�da
390. El relato de la ca�da (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de im�genes, pero afirma un acontecimiento
primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf GS 13, 1). La
Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana est� marcada por el pecado original
libremente cometido por nuestros primeros padres (cf Cc. de Trento: DS 1513; P�o XII: DS 3897;
Pablo VI, discurso 11 julio 1966).
II. LA CAIDA DE LOS ANGELES
391. Tras la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a
Dios (cf Gn 3, 1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf Sb 2, 24). La Escritura y la
Tradición de la Iglesia ven en este ser un �ngel ca�do llamado Sat�n o diablo (cf Jn 8, 44; Ap 12, 9). La
Iglesia ense�a que primero fue un �ngel bueno, creado por Dios. "Diabolus enim et alii daemones a
Deo quidem natura creati sunt boni se ipsi per se facti sunt mali" ("El diablo y los otros demonios
fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a s� mismos malos", Cc. de
Letr�n IV, a�o 1215: DS 800).
392. La Escritura habla de un pecado de estos �ngeles (2 P 2, 4). Esta "ca�da" cosiste en la elección
libre de estos esp�ritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino.
Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Ser�is
como dioses" (Gn 3, 5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3, 8), "padre de la mentira" (Jn
8, 44).
393. Es el car�cter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que
hace que el pecado de los �ngeles no pueda ser perdonado. "No hay arrepentimiento para ellos despu�s
de la ca�da, como no hay arrepentimiento para los hombres despu�s de la muerte" (S. Juan Damasceno,
f.o. 2, 4: PG 94, 877C).
394. La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jes�s llama "homicida desde el
principio" (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf Mt 4, 1-11). "El
Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3, 8). La m�s grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer
a Dios.
395. Sin embargo, el poder de Sat�n no es infinito. No es m�s que una criatura, poderosa por el hecho
de ser esp�ritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque
Sat�n act�e en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause
graves da�os -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza f�sica en cada hombre y
en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la
historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero
"nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8, 28).
III. EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396. Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no
puede vivir esta amistad m�s que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la
prohibición hecha al hombre de comer del �rbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el d�a
que comieres de �l, morir�s" (Gn 2, 17). "El �rbol del conocimiento del bien y del mal" evoca
simbólicamente el l�mite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y
respetar con confianza. El hombre depende del Creador, est� sometido a las leyes de la Creación y a las
normas morales que regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397. El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf Gn 3, [ Pobierz całość w formacie PDF ] - zanotowane.pl
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