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    habitaciones de la reina sin ser anunciado. La soberana hab�a tenido muchos amantes -el asesinado
    Amboola, entre otros-, pero nunca encontró en ninguno de ellos la pasión y la fogosidad que hab�a
    hallado en los brazos del cimmerio.
    -Aqu� tengo una ramera del norte -dijo Tananda volvi�ndose hacia el reci�n llegado-. Tuthmes me la
    ha enviado como regalo, sin duda alguna para que me clave una daga entre las costillas o me eche
    veneno en el vino. Estoy tratando de hacerle confesar la verdad. Si ven�as a hacerme el amor, tendr�s
    que volver m�s tarde, Conan.
    -No ven�a sólo por eso -repuso el cimmerio sonriendo con gesto de lobo . Tambi�n hay un peque o
    asunto de estado. Dime, �qu� disparate es ese de permitir que los negros entren en la Ciudad Interior
    para ver cómo se ejecuta a Aahmes en la hoguera?
    -�Un disparate? Eso ense ar� a los perros negros que no se puede bromear conmigo. El bribón ser�
    torturado de tal manera que se recordar� durante a os. �As� perecer�n todos los enemigos de nuestra
    divina dinast�a! �Qu� objeciones tienes, Conan?
    -Sólo esta: si permites que miles de kushitas entren en la Ciudad Interior y se enardezcan a�n m�s con
    la contemplación de la tortura, te aseguro que no tardar� mucho tiempo en producirse otra revuelta. Tu
    divina dinast�a no se ha hecho querer demasiado por esas gentes.
    -�No le temo a esa escoria negra!
    -Tal vez eso sea cierto, pero he salvado tu hermoso cuello un par de veces en sus manos, y a la tercera
    quiz� no tenga la misma suerte. Estaba tratando de decirle eso mismo a tu ministro Afari en su palacio,
    pero �l me dijo que eran órdenes tuyas y que no pod�a hacer nada. Pens� que entrar�as en razones al
    escucharme a m�, pues tus cortesanos te temen demasiado para decirte la verdad.
    -No pienso hacer nada de lo que me dices. Y ahora vete y d�jame con mi tarea..., a menos que quieras
    empu ar el l�tigo t� mismo.
    Conan se acercó a Diana y la observó con atención. Luego dijo:
    -Tuthmes tiene buen gusto. Pero esta muchacha est� muerta de miedo. De nada valdr� lo que le hagas
    decir. D�mela a m� y ver�s lo que se puede lograr con un poco de amabilidad.
    -�Amable, t�? Vamos, oc�pate de tus asuntos, Conan, y yo me ocupar� de los m�os. Deber�as estar
    distribuyendo a tus guardias para la reunión de esta noche.
    Luego Tananda se dirigió a Diana y le dijo con brusquedad:
    -�Habla de una vez, fresca; maldita sea tu alma!
    El l�tigo silbó en el aire cuando lo alzó para castigar de nuevo.
    Adelant�ndose con la rapidez de un león, Conan cogió a Tananda por la mu eca y se la retorció hasta
    que le hizo soltar el l�tigo.
    -�Su�ltame! -gritó la reina-. �Te atreves a emplear la fuerza conmigo? �Voy a...! �Voy...!
    -�Vas a qu�? -dijo Conan serenamente, arrojando el l�tigo a un rincón; luego extrajo su daga y cortó la
    cuerda que reten�a las mu ecas de Diana. Los servidores de Tananda intercambiaron miradas
    inquietas-. �Cuida tu real dignidad, Majestad! -exclamó Conan con una sonrisa y rodeando a Diana
    con sus brazos-. Recuerda que mientras yo est� al mando de tu guardia, al menos tienes una
    posibilidad. Sin m�... bueno, ya lo sabes. Nos veremos durante la ejecución.
    Conan se dirigió hacia la puerta, sosteniendo a la muchacha nemedia. En el paroxismo de la ira,
    Tananda cogió el l�tigo y lo lanzó contra el cimmerio. El mango golpeó su ancha espalda y luego
    cayó al suelo.
    -�La prefieres a ella tan sólo porque tiene una piel de pescado como la tuya! -chilló la reina-. �Pagar�s
    cara tu insolencia, Conan!
    El cimmerio salió de la habitación al tiempo que lanzaba una estruendosa carcajada. Tananda se
    arrojó al suelo y comenzó a golpear el m�rmol con los pu os, mientras lloraba de rabia y de
    impotencia.
    Poco despu�s, Shubba pasaba con el carruaje delante de la morada de Conan, camino de la casa de su
    amo, y contempló con asombro cómo el cimmerio entraba por la puerta principal de su casa llevando a
    la muchacha desnuda en brazos. Shubba agitó las riendas para apurar al caballo.
    6. Un consejo sombr�o.
    Acababan de encenderse las l�mparas cuando Tuthmes tomó asiento en su habitación junto a Shubba
    y a Muru, el alto hechicero de Kordafa. Mientras observaba inquieto a su amo, Shubba le relató lo
    sucedido.
    -Creo que no valor� debidamente la astucia de Tananda -dijo Tuthmes-. Es una l�stima haber
    desperdiciado una muchacha como la nemedia, pero no siempre es posible conseguir lo que uno se
    propone. Lo que importa ahora es esto: �Qu� vamos a hacer? �Ha visto alguien al brujo Ageera?
    -No, mi se or -respondió Shubba-. Desapareció despu�s de haber iniciado la revuelta contra [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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