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    el codo y aquel brazo le quedó colgando fláccido al costado. Entonces no tuvo más
    remedio que manejar la pica como si realmente fuese un espadón, blandiéndola con una
    sola mano para parar los golpes de su adversario y asestar los suyos.
    Lukeen se rezagó y procedió con más cautela, pues sabía que la única muñeca hábil
    de Fafhrd se cansaría antes que si dispusiera de las dos. Dirigió unos cuantos golpes
    rápidos contra el norteño y luego saltó hacia atrás.
    Fafhrd, sin tiempo apenas para evitar el tercero de aquellos ataques, contraatacó
    temerariamente, no con un adecuado golpe lateral, sino tan sólo agarrando el extremo de
    su pica y acometiendo. La longitud combinada de Fafhrd y su pica dio alcance a Lukeen, y
    la punta de la pica golpeó al comandante en el pecho, precisamente sobre el nervio. El
    impacto hizo que le bajara la mandíbula y se quedó con la boca muy abierta,
    tambaleándose. Fafhrd se apresuró a quitarle la vara de las manos y, mientras caía con
    estrépito al suelo, derribó a Lukeen con una segunda embestida que pareció casi
    improvisada.
    Los marineros gritaron hasta enronquecer. Los soldados gruñeron acremente y uno de
    ellos gritó: «¡Trampa!». El segundo de Lukeen se arrodilló a su lado, mirando enfurecido a
    Fafhrd. El maestre de la Carpa se acercó saltando a Fafhrd y le cogió la pica. En la
    cubierta de popa de la Calamar, los oficiales estaban sombríos, aunque los de los otros
    transportes parecían extrañamente jubilosos. El Ratonero cogió a Slinoor por el codo y le
    instó:
     Declara a Fafhrd vencedor.
    El lugarteniente frunció el ceño y, con una mano en la sien, empezó a decir:
     Que yo sepa, no hay nada en las reglas que...
    En aquel momento se abrió la puerta del camarote y salió Hisvet, vestida con una larga
    túnica de seda escarlata y capucha del mismo color. El Ratonero, percibiendo la
    inminencia del momento culminante, saltó a estribor, donde estaba el gong de la Calamar,
    arrebató el maculo al servidor y golpeó con todas sus fuerzas el disco metálico.
    El silencio se hizo en la nave. Los tripulantes señalaron a la muchacha y lanzaron gritos
    inquisitivos. Hisvet se llevó una flauta dulce de plata a los labios y se dirigió hacia Fafhrd,
    danzando lánguidamente y tocando con suavidad una seductora tonada de siete notas en
    clave menor. Acompañaba a este sonido el melódico tintineo de unas campanillas, cuya
    procedencia no fue visible hasta que Hisvet giró a un lado, encarándose a Fafhrd mientras
    se movía a su alrededor. Los gritos inquisitivos se trocaron por otros de admiración y
    asombro, y los marineros se apiñaron en el máximo espacio de popa posible y subieron al
    aparejo, mientras se hacía visible la procesión encabezada por Hisvet.
    Eran once ratas que caminaban en fila sobre sus patas traseras, vestidas con
    diminutas túnicas y gorros escarlata. Las cuatro primeras sujetaban con las patas
    delanteras unos manojos de campanillas que agitaban rítmicamente. Las cinco siguientes
    llevaban sobre los cuartos delanteros, colgando un poco entre ellas, un trozo de cadena
    de plata brillante; eran como cinco diminutos marineros que tirasen de una cadena de
    ancla. Cada una de las dos últimas llevaba oblicuamente una delgada vara de plata, tan
    alta como ella y caminaban erguidas, con la cola muy curvada hacia arriba.
    Las primeras cuatro se detuvieron en fila, una al lado de la otra mirando a Fafhrd y
    haciendo sonar sus campanillas que armonizaban con la flauta de Hisvet.
    Las cinco siguientes desfilaron hasta el pie derecho de Fafhrd. Allí se detuvieron, y la
    primera alzó la cabeza hacia el rostro del hombre, con una pata levantada, y chilló tres
    veces. Entonces, cogiendo su extremo de la cadena con una pata, usó las otras tres para
    trepar a la bota de Fafhrd. Sus cuatro compañeras la imitaron, y subieron poco a poco por
    los calzones y el pecho velludo del norteño.
    Fafhrd contempló la cadena y las ratas vestidas de escarlata que subían por su cuerpo
    sin mover un solo músculo, aunque en su frente apareció un ligero surco cuando las patas
    tiraron inevitablemente de algunos pelos de su pecho.
    La primera rata subió al hombro derecho de Fafhrd y cruzó por la espalda hacia el
    hombro izquierdo. Las otras cuatro la siguieron, sin soltar en ningún momento la cadena.
    Cuando las cinco ratas estuvieron posadas en los hombros de Fafhrd, alzaron un cabo
    de la cadena de plata y lo pasaron con destreza por encima de su cabeza. Entretanto, el
    norteño miraba directamente a Hisvet, la cual le había rodeado por completo y ahora
    estaba detrás de las ratas campanilleras, tocando su flauta.
    Las cinco ratas dejaron caer el cabo, de modo que la cadena colgó formando un óvalo
    brillante sobre el pecho de Fafhrd. Al mismo tiempo cada rata alzó su gorro escarlata por
    encima de su cabeza, tan alto como se lo permitía su pata delantera.
     ¡Vencedor!  exclamó alguien.
    Las cinco ratas bajaron sus gorros y volvieron a alzarlos, y, como un solo hombre,
    todos los marineros y la mayoría de los soldados y oficiales gritaron a voz en grito:
     ¡Vencedor!
    Las cinco ratas incitaron otros dos vítores para Fafhrd, y los hombres a bordo de la
    Calamar obedecieron como si estuvieran hipnotizados, ya fuera por algún poder mágico o
    por la admiración que les producía la increíble conducta de las ratas. No habría sido fácil
    determinar la causa con exactitud.
    Hisvet terminó de tocar su tonada con un alegre floreo y las dos ratas provistas de
    varitas de plata corrieron a la cubierta de popa y se irguieron al pie del mástil, donde todos
    podían verlas. Entonces empezaron a pelearse, en el más puro estilo del combate con
    picas, sus varas centelleando y emitiendo dulces sonidos cada vez que entrechocaban.
    Los gritos de admiración y las risas rompieron el silencio. Las cinco ratas bajaron de
    Fafhrd y fueron a reunirse con las campanilleras para apiñarse alrededor del borde de la
    falda de Hisvet. El Ratonero y varios oficiales saltaron desde la cubierta de popa para
    estrechar la mano de Fafhrd o palmetearle la espalda. Los soldados tuvieron gran
    dificultad para contener a los marineros, los cuales hacían apuestas sobre la rata que
    resultaría vencedora en aquel nuevo combate.
    Fafhrd acarició su cadena y dijo al Ratonero: [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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